viernes, 18 de marzo de 2011

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Después de varias visitas diarias a Bill y su esposa, la amiga no tenía ninguna duda de que Bill se quitara la vida con o sin aprobación de nadie. Él nunca vaciló en su idea de que era la única opción realista. Poco a poco su esposa fue aceptando su decisión, aunque se sentía abrumada por el dolor, tanto por el hecho de que muriese como por la clase de vida que llevaba actualmente. Cuando empezaron a hablar de los procedimientos, Bill sacó una escopeta y explicó como pensaba usarla. También contemplaron la posibilidad de utilizar una sobredosis de medicamentos, tal como recomienda la Hemlock Society. Se dieron cuenta de que Bill estaba tomando unos medicamentos que podían ser letales a ciertas dosis, a condición de que pudiese tragarlos y siempre que alguien le ayudase con una bolsa de plástico si la sobredosis no era suficiente (se trata de una medida de refuerzo de suicidio de la Hemlock Society). La compresión y la compasión que la amiga sentía por Bill superaban ahora su preocupación por su responsabilidad legal si se descubría su parte en el suicidio. Se comprometió a permanecer a lado de Bill y su esposa hasta el final, sin que le importasen las posibles consecuencias.
            Se acordó que Bill tomase él mismo la sobredosis al día siguiente. La amiga ayudaría con la bolsa de plástico sólo en caso necesario. Se hicieron planes detallados sobre la manera de notificar a las autoridades y qué decirles. Una ves muerto Bill, ellas quitarían la bolsa y llamarían al medico para que informase de que se había encontrado muerto a Bill por causas “naturales”. Cuando la amiga volvió a casa esa noche, no estaba segura de lo que traería el día siguiente, pero no tenía dudas de que Bill pensaba que la muerte era su mejor opción. Antes de marcharse, se despidió de ellos con abrazos y lagrimas en los ojos.
            Cuando al día siguiente volvió la amiga, Bill le dijo que después de reflexionar toda la noche, había decidido no implicarla en su muerte. Le preocupaba muchísimo los riesgos legales que las dos podrían correr si se llegaba a conocer su asistencia en el suicidio. Pese a las protestas de la amiga en el sentido de que estaba dispuesta a correr ese riesgo, él estaba decidido a no cambiar de idea. “Os quiero demasiado para poner en peligro vuestro futuro”. Después de una larga conversación donde se habló de muchas cosas, Bill se excuso para ir al cuarto de baño. A los pocos minutos se escuchó un fuerte disparo. Bill se había pegado un tiro en la cabeza. Su esposa y la amiga corrieron hacia él sabiendo lo que había hecho, pero sin saber con que se encontrarían. Hallaron a Bill terriblemente herido, medio muerto.
            Llegaron una ambulancia y la policía, condujeron a Bill al hospital a toda velocidad, entre los toques de sirena. La esposa de Bill estaba totalmente petrificada, incapaz de pensar con claridad o de hablar. La amiga se sentía abrumada, llena de impotencia y de rabia. Se quedaron en la casa, sin saber qué hacer cuando la ambulancia partió a toda velocidad llevándose a Bill. Después de examinarle y una ves reanimada en la sección de urgencias, era evidente que estaba mortalmente herido. Un medico llamó a la casa para avisarle a la familia que era posible que no pudieran salvarle. Cuando se le contestó con estas palabras: “Por favor, no lo intenten, ya ha sufrido bastante”, el medio respondió: “Le daremos algo para el dolor y trataremos de que se sienta bien”.
            Bill murió tres horas mas tarde.
            Su esposa probablemente nunca se repondrá del trauma ni se perdonará así misma.
            La amiga nunca olvidará y teme más que nunca el posible y continuo sufrimiento que a veces acompaña el final de la vida.
Morir con dignidad: dilemas éticos en el final de la vida, ediciones doce calles, Madrid 1996

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